La comunicación me atravesó desde pequeño y sin saberlo mi vida profesional giraría en torno a ella. Desde contar una simple anécdota a mi grupo de amigos hasta realizar una presentación para ganar un cliente, el poder de las ideas y la forma de usarlas armónicamente para construir una estrategia son hoy un bien escaso.

No importa dónde ni cómo, lo que importa es animarse. Porque al animarse uno rompe ese vidrio invisible y comienza a tejer relaciones que la vida luego se ocupa de transformarlas en oportunidades. Cuando comencé a estudiar Comunicación en la UBA aspiraba a ser periodista, pero tejiendo relaciones y escuchando a mi instinto terminé como publicista.

En mis primeros años era mala palabra decir que uno quería estudiar Publicidad, y peor dedicarse a ello. Algunos hasta tienen peor prensa que los vendedores de auto usados. Con el tiempo supe que los prejuicios nos enceguecen y que todos en algún momento de nuestras vidas necesitamos vender algo, y por qué no, vendernos a nosotros mismos.

Realicé infinidad de cursos, y aprendí de la experiencia de trabajar con grandes y chicos a entender que todos buscan lo mismo, pero no siempre saben cómo ordenar sus necesidades. Me especialicé en estrategias digitales desde un punto de vista crítico para entender que hay vida más allá de las stories de Instagram o los virales de Tik Tok.